jueves, 25 de diciembre de 2008

Por fin tienes lo que querías. Parte I

Intenté abrir los ojos, pero la extremada pesadez de mis párpados me lo impidió durante un período de tiempo indefinido. Cuando por fin lo conseguí, la imagen que apareció ante mí lo hizo acompañada de una tremenda sensación de sorpresa e incredulidad. “No estás despierto idiota” fue lo primero que dijo una vocecilla etérea en el interior de mi cráneo. Sencillamente lo que estaba viendo no era posible. Las leyes de la física, la biología y todas las demás ciencias juntas jamás permitirían que pudiese ver mi cuerpo tumbado en una cama, como si mi yo consciente estuviera tan tranquilo boca abajo mirándome desde el techo. ¿Acaso había muerto y mi alma se alejaba lentamente en una recta trayectoria hacia los cielos? ¿O es que todas las leyes anteriores se habían esfumado durante mi letargo? Mi mente se inundó con otras muchas estrafalarias teorías mientras fuertes ráfagas de agobio, angustia e incomprensión me paralizaron durante un momento. Por fin, otra de las voces de mi interior me convenció de que me dejara de sandeces. Pero, ¿dónde estaba la explicación lógica de tal situación? Bastó con una ligera sacudida de mis globos oculares para cerciorarme de la naturaleza de aquella visión. Un puto espejo. Lo que veía no era más que mi reflejo en un puto espejo colocado en el techo. Es increíble todo lo que puede provocar en la mente de un perturbado la simple visión de una tabla de cristal azogado por la parte posterior.

Resuelta esta cuestión, era momento de comenzar con otra aún mas importante si cabe, ¿dónde estaba? Recuerdo como es mi casa. Es del año cuarenta y siete, está decorada con un gusto indescriptible, es de metal y está cimentada sobre en dos pares de ruedas que giran y me lleva a dónde me apetezca. En lugar en el que me encontraba no era pues, mi casa. Tampoco era la de ningún conocido. No conocía a nadie que tuviese tan excéntrico y aparentemente costoso mobiliario. La cama en la que yacía era redonda y de un agradable y cálido naranja. Mis dedos acariciaron el tejido que me envolvía y dedujeron enseguida que se trataba de terciopelo. Cerré los ojos y su suave tacto me hizo esbozar una obscena sonrisa de goce. Seguidamente me incorporé y examiné el resto de la habitación. Era de una amplitud considerable. Las paredes estaban pintadas en un hilarante verde pistacho y una gran cantidad de cuadros recubría partes concretas de su superficie. Mis conocimientos sobre arte me permitieron reconocer a Pollock, Dalí y Kurama como autores materiales de algunos de esos cuadros. ¿Eran los originales? Descartado. De el resto desconocía su autoría, pero me parecieron igual de geniales. A mi izquierda había una pequeña mesita de noche que encajaba a la perfección entre una esquina de la habitación y la forma redonda de la cama, y sobre ella descansaba una formidable lámpara en forma de Amanita, además de una cajetilla de Lucky strike y una botella de vodka rojo completamente vacía. La visión de lo primero enseguida me recordó mi adicción a la nicotina y no tardé en sacar un cigarrillo y recorrer con la mirada la habitación en busca de un encendedor. Solo vi un caro equipo de música sobre una mesa sostenida por cuatro patas enroscadas en si mismas, un aparador de forma indescriptible y decorado con multitud de formas abstractas, una butaca y una escultura que parecía dadaísta y de estilo biomórfica realizada en cobre. Había dos puertas, una a cada extremo de la pared que tenia situada enfrente, y estaban pintadas del mismo verde pistacho que la pared. En el espacio entre las dos puertas había en el suelo un narguile rodeado de cojines redondos decorados con motivos arabescos. Ni rastro del encendedor.

Cuando quise salir de la cama me di cuenta de que estaba completamente desnudo. Fue en ese momento cuando tuve la verdadera necesidad de recordar que es lo que ocurrió desde que salí de mi casa hasta que me desperté en este extraño lugar. Fue inútil.

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